POR JAVIER BONET
X: @jabonetprensa

En nuestra historia de hoy (y festejando nuestra nota número 50) vamos a hablar de uno de esos pocos nombres resuenan en la historia de un deporte. El de Shaquille O’Neal produce eso en la historia del deporte de la pelota naranja. No sólo por su descomunal físico de 2,16 metros y más de 140 kilos en su época dorada, sino también por una carrera que dejó una huella imborrable en la NBA y en la cultura popular. “Shaq”, como lo conocen millones en el mundo, no fue simplemente un jugador de básquet, fue un fenómeno que combinó talento y personalidad como nadie.
Nacido el 6 de marzo de 1972 en Newark, Nueva Jersey, Shaquille Rashaun O’Neal creció entre bases militares, ya que su padrastro era sargento del Ejército. Su tamaño y talento lo hicieron destacar desde temprano, y tras una brillante carrera universitaria en la Universidad Estatal de Luisiana (LSU), fue elegido en el primer puesto del draft de 1992 por los Orlando Magic.Desde su llegada a la liga, quedó claro que la NBA tenía una nueva figura. En su primera temporada, Shaq promedió 23,4 puntos, 13,9 rebotes y 3,5 tapas por partido, ganando el premio al Novato del Año.








Su combinación de tamaño, agilidad y potencia era sencillamente inigualable. Los tableros temblaban –literalmente: rompió dos a lo largo de su carrera en sus primeros años como profesional.











Durante sus cuatro años en Orlando, llevó al joven equipo a su primera final de la NBA en 1995, aunque fueron barridos por los Houston Rockets. No obstante, Shaq ya era una superestrella consolidada, y su popularidad fuera de la cancha también empezaba a explotar: incursionaba en el cine, la música y la televisión, mostrando una faceta carismática que lo diferenciaba de muchos otros atletas.
En 1996, tras su participación en los Juegos Olímpicos de Atlanta (donde ganó el oro con el Dream Team II), Shaquille firmó un contrato multimillonario con Los Ángeles Lakers, marcando el inicio de la etapa más gloriosa de su carrera. Allí se unió a un joven Kobe Bryant, y aunque al principio su relación fue tirante, el dúo formó una de las parejas más dominantes en la historia del básquet.
Bajo la dirección de Phil Jackson, los Lakers conquistaron tres campeonatos consecutivos entre 2000 y 2002. En ese período, O’Neal fue el jugador más dominante de la liga, ganando el MVP de la temporada regular en 2000 y los tres MVP de las Finales. Su presencia en la pintura era abrumadora, y su estilo de juego obligó a los equipos rivales a repensar estrategias defensivas.
Sin embargo, las tensiones internas, especialmente con Kobe, comenzaron a desgastar la dinámica del equipo. Tras perder las Finales de 2004 ante los Detroit Pistons, Shaq fue traspasado a los Miami Heat. Allí, a pesar de ya no estar en su mejor forma física, ayudó a liderar al equipo junto a Dwyane Wade hacia el primer campeonato en la historia de la franquicia, en 2006.









Esa victoria con Miami fue su cuarto anillo, y también el comienzo de la parte final de su carrera. Luego pasaría por los Phoenix Suns, Cleveland Cavaliers y Boston Celtics, buscando un último título, aunque sin éxito. Finalmente, se retiró en 2011, con un promedio de 23,7 puntos, 10,9 rebotes y 2,3 tapas por partido, cuatro campeonatos y 15 selecciones al All-Star.
Pero la historia de Shaq no termina en la cancha. Desde su retiro, ha sido comentarista de televisión, empresario, DJ, actor, y hasta ha obtenido un doctorado en Educación. Su sentido del humor y su cercanía con el público lo convirtieron en una figura querida por generaciones que quizás ni siquiera lo vieron jugar.
En 2016, fue incluido en el Salón de la Fama del Básquet, sellando su legado como uno de los grandes de todos los tiempos. Su camiseta número 34 fue retirada por los Lakers, y la número 32 por los Heat. Además, una estatua suya de bronce adorna el exterior del Crypto.com Arena (ex Staples Center), testimonio eterno de su impacto en la franquicia de Los Ángeles.
Shaquille O’Neal redefinió lo que significa ser un pívot dominante. Su mezcla de fuerza y movilidad fue única en su época, y aunque nunca fue un gran lanzador de tiros libres, compensó con una presencia que pocas veces se ha visto en la historia del deporte. Más allá de los números, Shaq fue, y sigue siendo un ícono cultural, cuya influencia trasciende los límites del básquet.
En un deporte de leyendas, su nombre brilla entre los más grandes. Porque si algo dejó claro Shaquille O’Neal, es que no hace falta sólo anotar puntos para marcar una era: hay que dejar una huella, y la suya es gigantesca.





Esa victoria con Miami fue su cuarto anillo, y también el comienzo de la parte final de su carrera. Luego pasaría por los Phoenix Suns, Cleveland Cavaliers y Boston Celtics, buscando un último título, aunque sin éxito. Finalmente, se retiró en 2011, con un promedio de 23,7 puntos, 10,9 rebotes y 2,3 tapas por partido, cuatro campeonatos y 15 selecciones al All-Star.
Pero la historia de Shaq no termina en la cancha. Desde su retiro, ha sido comentarista de televisión, empresario, DJ, actor, y hasta ha obtenido un doctorado en Educación. Su sentido del humor y su cercanía con el público lo convirtieron en una figura querida por generaciones que quizás ni siquiera lo vieron jugar.
En 2016, fue incluido en el Salón de la Fama del Básquet, sellando su legado como uno de los grandes de todos los tiempos. Su camiseta número 34 fue retirada por los Lakers, y la número 32 por los Heat. Además, una estatua suya de bronce adorna el exterior del Crypto.com Arena (ex Staples Center), testimonio eterno de su impacto en la franquicia de Los Ángeles.
Shaquille O’Neal redefinió lo que significa ser un pívot dominante. Su mezcla de fuerza y movilidad fue única en su época, y aunque nunca fue un gran lanzador de tiros libres, compensó con una presencia que pocas veces se ha visto en la historia del deporte. Más allá de los números, Shaq fue, y sigue siendo un ícono cultural, cuya influencia trasciende los límites del básquet.






En un deporte de leyendas, su nombre brilla entre los más grandes. Porque si algo dejó claro Shaquille O’Neal, es que no hace falta sólo anotar puntos para marcar una era: hay que dejar una huella, y la suya es gigantesca.




